29 de julio de 2009

CRÓNICA DESDE EL HÉRCULES (IV). CONTRASTES EN UNA TARDE DE PLAYA.

Algunas tardes me voy a la playa con mi familia y allí compartimos con múltiples personas a las que generalmente no conocemos, un espacio que según los días es más o menos reducido. Este pequeño territorio viene marcado muchas veces por una sombrilla bajo la cual nos cobijamos del sol, o simplemente nos colocamos a su lado para que los efectos de éste no sean muy nocivos.
Pero desde este lugar podemos apreciar muchas cosas, entre ellas algunos contrastes que hacen de este espacio un lugar peculiar y deseado por casi todos.
CONTRASTE 1
Cuando desde la calle bajamos hacia la playa, son muy diversos, como ya he dicho, los contrastes que nos encontramos comenzando por las sombrillas que cual hongos aparecen diseminadas por doquier. Las hay de rayas, floridas y de colores más o menos chillones, con publicidad o simplemente de un color cualquiera, pero pienso que en cierto modo todas ellas nos muestran la personalidad de las personas o familias que se cobijan bajo las mismas para reservarse de los efectos malignos del sol.
CONTRASTE 2
Si el oleaje es más o menos fuerte también veremos a aquellos que gustan de saltar sobre las olas o introducirse en ellas cuando se acercan, mostrando su alegría; la orilla del mar se muestra más bullanguera y activa, mientras que si por el contrario el mar está más tranquilo, también el movimiento de las personas parece más relajado y el personal se atreve a sumergirse en las aguas.
En la orilla mientras tanto, muchos niños con sus padres jugamos con la arena, intentando crear torres y muros que contengan la llegada del agua, creando carriles y pozos que sean capaces de contener la fugaz embestida del mar y su consiguiente retirada. Pese a todo, la naturaleza nos muestra que es imposible contener su fuerza por lo que solemos terminar por desistir y dedicarnos a otra cosa.
CONTRASTE 3.
Tres son los niveles de realidad visual que se nos muestra en cualquier punto desde la playa:
Abajo nos encontramos con la arena, de tonos ocres y repleta de gentes que juegan, toman el sol o simplemente observan el ir y venir de los paseantes o dejan pasar el tiempo con la mirada perdida en el.
Por encima el mar, de tonos azulones, verdosos o gisáceos, según el momento del día o el tiempo que haga, casi siempre salpicado por numerosos puntos en movimiento, desde los más lejanos que navegan hacia cualquier lugar mar adentro para esconderse en el infinito, hasta las personas que se sumergen en las aguas más someras, solas o en compañía, jugando o nadando, buscando de alguna manera echar un rato en el agua como si de una vuelta al seno materno se tratara.
Y finalmente, el cielo, tonos azulones, y/o plateados surcados de vez en cuento por aviones que dejan su estela blanquecina, o por las gaviotas y otras aves marinas que parecen vislumbrar la playa buscando el hueco que las gentes le puedan dejar en la arena.

Contrastes, en definitiva, en una tarde cualquiera en que paulatinamente el sol nos va marcando el paso del tiempo. Los colores del día van cambiando y mezclándose hasta que poco a poco la luna se va haciendo dueña y señora del espacio, empujándonos a los padres y los niños hacia otros lugares, haciendo que las sombrillas, ya desde hace un rato replegadas se conviertan en meros objetos abandonados de cualquier manera sobre la arena, y en fin, el cielo, el mar y el agua se confunden en una suerte de plano infinito donde el no color comenzará a mostrar otros contrastes hasta la llegada de un nuevo día.

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