13 de julio de 2009

CRÓNICA DESDE EL HÉRCULES (II). MI ÁRBOL.


Mi árbol del Hércules tiene forma de sombrilla. Ignoro que especie es, pero es bastante frondoso y da mucha sombra. Aquí es donde habitualmente nos colocamos cuando bajamos a las piscinas. El suelo está sembrado de césped y está rodeado de otros árboles, algunos de ellos enormes, con las raíces al aire y sus sombras siempre suelen estar, al igual que el nuestro, ocupado más o menos por las mismas personas.
Desde mi árbol apenas se ve el mar, pues hay otros árboles que lo impiden, pero si te mueves a pocos metros, enseguida se vislumbra en segundo plano el mar que se pierde a lo lejos con esos tonos azulones cambiantes según el vierto o el reflejo del sol y en el que a veces podemos apreciar algunos puntos en movimiento; delante, una gran cantidad de edificios, torres urbanas que ocupan buena parte del territorio costero, pero que no por ello impiden su visión.
El lugar que rodea a mi árbol es un remanso de paz y tranquilidad, desde aquí nos relacionamos con otras familias que se sitúan junto a nosotros o bien bajo los árboles contiguos, los niños juegan cuando salen del agua, los padres y abuelos charlan de distintas cosas después de meses sin verse. Hablan de las novedades ocurridas, de la poca o mucha gente que hay este año, hacen planes de salidas para las tardes noches, etc.
Se entra en una nueva rutina, más superficial si se quiere, pero distinta en tanto que estos días la agenda está olvidada en la casa y el trabajo es un recuerdo para cuando acaben las vacaciones allá por agosto o septiembre.
Por el tronco de mi árbol suben y bajan un grupo de hormigas que parece que pasearan y no fueran a ningún sitio concreto; por el césped a veces se pasean pavos reales que proceden del cercano parque de la Paloma; de ellos sin duda el rey es un pavo real albino, que este verano todavía no nos ha visitado, pero que pronto probablemente se aparecerá por aquí dando sus gritos llamando a las hembras o bien cuando los chiquillos le persigan para intentar coger alguna de sus plumas.
En los árboles también viven otras aves que revolotean por los alrededores de las piscinas y de los edificios que las rodean: palomas, tordos y gorriones entre otros.
Cuando cae la tarde, las piscinas comienzan a quedarse vacías y los árboles a ser abandonados por los seres urbanos que en verano poblamos sus sombras hasta el día siguiente en el que tras desperezarse la mañana, si no nos surgen otros planes, volveremos a nuestro árbol que en forma de sombrilla nos resguardará del calor de la mañana o que tras la siesta vespertina nos acogerá tras darnos un chapuzón en las aguas cloradas de las piscinas.
(8 de julio de 2009)

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