17 de septiembre de 2009

De vuelta al insti.

Suena el despertador a las 7'30 de la mañana y con los ojos aún cerramos lo paramos, todavía con cierta lentitud. Es hora de levantarse, ir al cuarto de baño, desayunar y prepararse para salir de casa, salvar los obstáculos de la calle en obras y marchar al trabajo. Volvemos a la normalidad, y tan es que así que hasta nos ha llovido y las tormentas han llenado de barro algunas de nuestras calles.
Por la calle Peñuelas la riada no es de agua sino de chicos y chicas que marchan a los institutos y colegios de la zona, todavia a medio desperezar y con las mochilas medio vacías.
Llegamos al insti, saludamos a los compañeros y preparamos las cosas disponiéndonos a dirigirnos a las aulas entre el ruido de la juventud que bulle por los restos del patio y las máquinas de la obra que desde hace un año se ha convertido en un elemento más del paisaje escolar.
Entramos en clase, damos los buenos días y pasamos lista, tras esto comenzamos las primeras explicaciones y las primeras actividades del curso. Poco a poco vamos entrando en materia. Pronto suena la sirena que marca el fin de la clase y rápidamente pasamos a otra cosa y así hasta la hora de la salida que como siempre es recibida con cierto alborozo por todos.
Salimos a la calle para dirigirnos hacia nuestra casa. De nuevo la calle Peñuelas se llena de la gente que aprovechan el trayecto de vuelta para comentar las incidencias del día o hacer planes para la tarde, pues todavía el ritmo del curso propicia que se aprovechen las tardes, cada vez más cortas, para salir por ahí con los amigos.
Pero la noche llega inexorable y pronto hay que acostarse pues a las 7'30 horas del día siguiente hay que volver a levantarse, y volver a la vida cotidiana, un tanto olvidada durante el pasado verano cuando desde la sombra de mi árbol del Hércules, los inquilinos dejábamos pasar el tiempo indolente de tardes largas y trasnochadas tranquilas.
Septiembre, como siempre, nos devuelve a casa para afrontar los retos que se nos puedan plantear hasta el próximo verano cuando con los primeros calores estivales desempolvemos las maletas y un año más apaguemos el despertador y demos temporalmente la espalda a ese recinto que tantas esperanza alberga para algunos y malos ratos para otros, pero para eso todavía queda mucho.