Va entrando tranquila la mañana desde un mar apenas reflejado por una luna que se hunde en el horizonte de un sol que resucita.
Entre las torres cercanas en que la gente duerme tras la indolencia de un paseo vespertino y unas copas sentados en las terrazas -cuál tertulianos improvisados de una realidad vacía- se vislumbran los azules marinos cuajados de manchas blancas que se balancean en la superficie, yéndose en busca del horizonte tras rozar la playa.
Desde mi ventana observo una toalla solitaria sobre la arena y un cuerpo que se sumerge en el agua, gozoso, entre los rumores del mar, sin percibir ruidos ajenos que envuelvan el día de plata que la bruma destapa de su lecho dormido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario