29 de agosto de 2018

Se va yendo el verano

               
                       
Me he asomado muy temprano a la ventana de mi cuarto y he visto a lo lejos una gran mancha dorada con briznas azules que parecían moverse. Más tarde, cuando el sol va ocupando su espacio, son los azules los que se van extendiendo, cubriendo los dorados y plateados que conforman el mar.
Pero el día en la costa es cambiante y por la tarde el cielo se va tornando gris oscuro envolviendo el espacio ocre de la arena y reverdeciendo el agua del mar. Caen unas gotas mientras a Poniente se vislumbran los rayos de la tormenta veraniega. Pero nadie se inmuta; esto pasa pronto -piensa todo el mundo- mientras miramos al horizonte de donde parte la espuma que lame nuestros pies llevándose la arena que se esconde entre los dedos.
El sol se va yendo entre las pocas nubes que el cielo acoge. El mar cambia a azul turquesa y líneas rojizas y las sombrillas van siendo cerradas en tanto la playa se va quedando a solas.
Más tarde, sentado en mi terraza veo como el verano se va yendo al compás que la luna decrece. A ratos veo pasar una estrella fugaz pero no pido ningún deseo, simplemente miro al cielo para ver de nuevo a Marte proyectado en el centro de la pantalla de la noche, iluminando algún punto perdido sobre el agua en que riela la luna.
Me vienen palabras como si fueran olas y las capturo por si acaso pudiera convertirlas en versos antes de irme a la cama. 
Mientras tanto escucharé  el discurrir de los recuerdos de otras noches añorando la música que escuchaba a deshora en la radio.

17 de agosto de 2018

Amanecer brumoso


El día se va abriendo tras su sábana de bruma. El sol que hasta ahora parecia oculto, comienza a aparecer como sin ganas envuelto por los ruidos de la calle: a un lado los coches discurren por la avenida, a otro, la gente que juega en las piscinas a la espera que pase la mañana y en medio las terrazas que van recobrándose de la indolencia de la noche pasada, huyendo del calor de los sueños estivales.

13 de agosto de 2018

Día de terral

El terral se estrella a ratos contra el toldo azul de mi terraza. La perra abandona su posición de sueño y huye del ruido que se genera refugiándose tras el sofá y yo levanto la vista del libro que tengo entre manos y veo como los colores del día no cambian pese al viento desapacible. El sol se refleja en la piel de algunas personas que están tumbadas sobre el césped que cubre el suelo de los jardines; otras, situadas a la sombra de los árboles, parecen observar el movimiento monótono de las hojas. Mientras el agua de la piscina se riza al compás del aire rasgándose cada vez que un niño se tira desde el borde sumergiéndose un instante tras el cual mi perra vuelve a la terraza y yo paso una página más  de mi libro.

9 de agosto de 2018

Al comenzar la mañana

Va entrando tranquila la mañana desde un mar apenas reflejado por una luna que se hunde en el horizonte de un sol que resucita.
Entre las torres cercanas en que la gente duerme tras la indolencia de un paseo vespertino y unas copas sentados en las terrazas -cuál tertulianos improvisados de una realidad vacía- se vislumbran los azules marinos cuajados de manchas blancas que se balancean en la superficie, yéndose en busca del horizonte tras rozar la playa.
Desde mi ventana observo una toalla solitaria sobre la arena y un cuerpo que se sumerge en el agua, gozoso, entre los rumores del mar, sin percibir ruidos ajenos que envuelvan el día de plata que la bruma destapa de su lecho dormido.