La comodidad
viene dada en buena parte por el hecho de pertenecer a un grupo social concreto
en el que por prejuicios, por tradiciones religiosas o por una educación
determinada hace que muchas veces nos resulte extraño tolerar al diferente,
a aquel que pretender mostrar una actitud distinta ante la vida frente a
aquellos que les resulta difícil adaptarse a los cambios (para qué vamos a
cambiar nada, así están bien las cosas, …), sobre todo si uno es un
privilegiado o cree serlo por poseer algo, sea el poder, sea mayor capacidad
económica, o simplemente crea tener la razón.
Cuando la intolerancia se muestra por miedo, es quizá más grave, pues se teme
a las consecuencias negativas que se puede tener si se intenta mostrar una
actitud distinta al grupo.
Ambas causas termina confluyendo pues es
precisamente la pertenencia a un grupo social lo que puede llevar a esa
intolerancia hacia otros, pues, como he dicho, sea por miedo sea por comodidad,
siempre se produce por presión (manifiesta o no) del mismo: el que dirán que
tanto se teme muchas veces, el querer mostrar la supuesta valentía, … que al
final da lugar a un círculo vicioso del que es muy difícil salir.
Pero ¿se puede salir de ese círculo? ¿Qué camino
podemos seguir para conseguirlo? Probablemente para salir de ese círculo de la
intolerancia es conveniente partir de lo individual, del yo, a partir de lo
cual se muestre a los demás que hay otras opciones, y a partir de ahí ir
abriendo una grieta en el muro de la intolerancia que poco a poco nos lleve a
una sociedad más abierta. Para ello la formación intelectual integral y una educación en
sentido amplio contribuye sin duda a mantener la esperanza de una vida mejor,
ajena a actitudes intolerantes y por tanto a creer en un futuro menos incierto
de lo que actualmente se nos presenta.