El otro día dando una vuelta por el paseo marítimo de Benalmádena pude apreciar una visión distinta del mar. Era por la tarde, el mar estaba tranquilo después de unos días de fuerte oleaje y en la playa aún se apreciaban las huellas de las intensas lluvias que nos han azotado en los últimos tiempos.
Pero lo que era distinto para mi era ver los colores del cielo al reflejarse en el agua que ahora no mostraban esa multitud de azules propios del verano, sino tonos rojizos y ocres, violetas y amarillos, diversos blancos y grises...; era diferente la quietud que se respiraba en ese entorno generalmente repleto de gente tostándose al sol o jugando con las olas.
Y es que pese a la soledad de la playa no se respiraba tristeza sino más bien un poco de melancolía y por supuesto noté en mi un cierto toque de nostalgia por los días de estío pasados allí. Los sonidos del mar apenas susurrados ahora parecían decirme al oido que el día se estaba yendo para ocultar al sol, pero las sensaciones que genera un tiempo tranquilo de invierno no se olvidan facilmente por ello unos días después me pongo a escribir estas líneas que me recuerdan que dentro de unos meses la gente volverá a poblar esta playa, que tendremos oportunidad de pasar las horas lentas a la sombra y al cobijo de un libro mientras los niños juegan con la arena o se bañen entre las olas de un mar que luego sí, será definitivamente de miles de tonos azulones que contrastarán con los ocres de la arena y la pléyade multicolor de sombrillas que nos resguarden del sol, vencedor del frío y la lluvia que ahora que es invierno nos muestra una imagen distinta del mar.
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