Estamos a finales de junio y un año más me toca “borrar la pizarra”, hacer números y entregar los frutos de la “cosecha” cuya siembra se iniciara allá por el mes de septiembre. El instituto se va quedando vacío, prácticamente sólo se oye el ruido de las máquinas de la obra y a los operarios que están realizándola y que pronto se quedarán solos durante el verano.
De nuevo, tras la entrega de notas, los alumnos se marchan a la calle, unos muy contentos con sus resultados, otros algo menos porque hay que estudiar en vacaciones, pero todos con ganas de abandonar por un tiempo el instituto y dedicarse a sus aficiones.
Atrás quedan los días de exámenes, de tareas, de excursiones y de calor durante el recreo en ese patio minúsculo rodeado de vayas y bloques de hormigón.
Durante meses hemos visto transformarse el aspecto del centro, a los alumnos evolucionar en su tareas, formarse algunas parejitas y otras romperse, y también ¿por qué no? alguna que otra fiesta en la que algunos profesores sueltan adrenalina a través del baile.
También nosotros nos iremos pronto de vacaciones, cada cual con los suyos a descansar después de un largo curso, para descontaminarnos un poco de los aconteceres de la vida profesional, siempre llena de tensiones, de buenos y malos ratos pasados con esos jóvenes que nos miran desde el otro lado de la mesa con una cierta dosis de desconfianza, pues por algo somos los maestros; también a veces con sus padres que muestran su preocupación porque las cosas no salen como a ellos les gustaría, dejando caer en muchos casos una cierta dosis de mala bilis cuando insinúan que sus hijos son muy buenos y somos los profesores los que les tenemos manía, olvidándose en ocasiones que también somos personas y no sólo máquinas de enseñar, ni meros cuidadores de sus hijos durante buena parte del día.
En definitiva, cerramos un nuevo ciclo. En un par de meses abriremos uno nuevo en el que estaremos aquí para recibir a nuevos alumnos procedentes de los colegios a los que habrá que enseñar a adaptarse a su nueva situación. Y estaremos aquí para poner en marcha un nuevo desafío, porque cada curso, cada grupo de alumnos, son un nuevo reto que afrontar y por ello hay que borrar un año más la pizarra de nuestras aulas para que cuando estemos a las puertas del otoño, podamos comenzar a escribir la página de un nuevo tiempo que acercará a nuestros alumnos y nuestras alumnas un poco más hacia su futuro, ese que ahora comienzan a afrontar los que se van a la Universidad. Pero eso es ya otra historia.
De nuevo, tras la entrega de notas, los alumnos se marchan a la calle, unos muy contentos con sus resultados, otros algo menos porque hay que estudiar en vacaciones, pero todos con ganas de abandonar por un tiempo el instituto y dedicarse a sus aficiones.
Atrás quedan los días de exámenes, de tareas, de excursiones y de calor durante el recreo en ese patio minúsculo rodeado de vayas y bloques de hormigón.
Durante meses hemos visto transformarse el aspecto del centro, a los alumnos evolucionar en su tareas, formarse algunas parejitas y otras romperse, y también ¿por qué no? alguna que otra fiesta en la que algunos profesores sueltan adrenalina a través del baile.
También nosotros nos iremos pronto de vacaciones, cada cual con los suyos a descansar después de un largo curso, para descontaminarnos un poco de los aconteceres de la vida profesional, siempre llena de tensiones, de buenos y malos ratos pasados con esos jóvenes que nos miran desde el otro lado de la mesa con una cierta dosis de desconfianza, pues por algo somos los maestros; también a veces con sus padres que muestran su preocupación porque las cosas no salen como a ellos les gustaría, dejando caer en muchos casos una cierta dosis de mala bilis cuando insinúan que sus hijos son muy buenos y somos los profesores los que les tenemos manía, olvidándose en ocasiones que también somos personas y no sólo máquinas de enseñar, ni meros cuidadores de sus hijos durante buena parte del día.
En definitiva, cerramos un nuevo ciclo. En un par de meses abriremos uno nuevo en el que estaremos aquí para recibir a nuevos alumnos procedentes de los colegios a los que habrá que enseñar a adaptarse a su nueva situación. Y estaremos aquí para poner en marcha un nuevo desafío, porque cada curso, cada grupo de alumnos, son un nuevo reto que afrontar y por ello hay que borrar un año más la pizarra de nuestras aulas para que cuando estemos a las puertas del otoño, podamos comenzar a escribir la página de un nuevo tiempo que acercará a nuestros alumnos y nuestras alumnas un poco más hacia su futuro, ese que ahora comienzan a afrontar los que se van a la Universidad. Pero eso es ya otra historia.
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