I
El otro día amaneció nublado aunque el tiempo era muy caluroso y desde el nuevo mirador del Hércules no se podía apenas distinguir que era el mar y que el cielo dado que los tonos azulones habían dado paso a los plomizos de esos días de verano que parecen amenazar lluvia pero que al final, si acaso cae algo, son algunas gotas gruesas que nada aportan sino un poco de suciedad reflejada en los coches aparcados en la calle.
Nada que ver con esos días grisácdos que este pasado invierno hemos visto sucederse durante semanas y semanas y que descargaban lluvia continuamente.
La quietud que genera estos días nos inunda en el recuerdo de la tranquilidad de muchas tarde de otoño aún no echadas de menos, pero a las que el paso de las semanas nos lleva de forma inexorable; pero de eso ahora no queremos acordarnos, sólo que los mútiples tonos grisáceos nos hacen sentirrnos un poco pesados como el plomo que da color a este día, simplemente eso.
II
El mar andaba un poco revuelto estos días lo que ha echo las delicias de grandes y chicos pues el oleaje servía de juego para unos y otros con gran regocijo para todos. Las olas son juguetonas, van y viene como al azar, pero muchas veces nos decepcionan porque cuando esperamos que lleguen hasta donde estamos nosotros, resulta que se desvían un poco y se van para otro lado y cuando menos lo esperramos nos pillan desprevenidos y nos empujan e incluso nos sobrepasan cubriéndonos por unos segundos en los que perdemos la noción del tiempo, para enseguida reaparecer un tanto atolondrados en la superficie del agua.
Pero este juego nos gusta mucho a mi hijo y a mi, disfrutamos con todo ello, y cuando el mar está tranquilo, que es casi todos los días, echamos de menos las idas y venidas de las olas en ese juegoun tanto perverso que agita nuestros cuerpos como si fueran juncos a la orilla de un río que la corriente mueve, pero sin desplazarse de su sitio.
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