Este invierno sin duda la conversación más traida y llevada es la relacionada con la lluvia. Llevamos ya muchos meses que no para, el otoño lluvioso, la navidad no digamos y hasta hoy. Salir al patio del insti para poder ir hasta las aulas portatiles es toda una odisea; trasportar el paraguas, la carpeta, la cartera y demás útiles hace que la salida por esa puerta tan estrecha siempre llena de gente que va y viene nos suponga un esfuerzo adicional que sumar a las idas y venidas del edificio nuevo hasta las "casitas".
Estando en medio de la clase de Ciencias Sociales de 3º de ESO salió el sol, y parece que se nos alegró un poco la cara a todos los que estábamos en el aula, pero ¡ay qué poco duró! enseguida comenzamos a sentir el chubasco que con bastante estruendo caía fuera y que salpicaba los grandes ventanales (desde luego no era la monótona lluvia en los cristales de nuestro adorado Machado).
El tiempo pasaba y cuando ya casi nos habíamos olvidado del agua que caía, sonó el timbre y hubo que salir. Vuelta a la sala de profesores a soltar el libro para coger otro y también a coger el paraguas que todavía goteaba de la última salida que habíamos hecho una hora antes por la puerta estrecha, pero ahora con la sorpresa de que para poder llegar a las casitas había que saltar de ladrillo en ladrillo, a modo de pasaderas, para sortear un gran charco que se había formado a causa de la dichosa lluvia.
Cuado sonó por fin el último timbrazo, allá sobre las tres de la tarde, lo primero que miramos al salir del aula era por supuesto, ver si llovía pues estaba claro que los obstáculos que había que sortear estaban allí esperándonos, pero eso si, ahora lo tomamos con más alegría pues es la hora de irnos a casa.
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