Esta navidad no está haciendo mucho frío todavía, pero si que está lloviendo y no poco, por lo que el salir a la calle se está conviertiendo casi en una odisea. El cielo grisáceo y el suelo mojado es el panorama que hasta ahora nos podemos encontrar, eso sí con la esperanza de que un día de estos la nubes nos darán una tregua y podremos mirar al cielo sin mojarnos.
A pesar de todo, hay mucha gente en la calle y en las tiendas muchos padres van buscando los juguetes que los Reyes Magos habrán de traer a sus hijos o a sus parientes con el agobio que a veces supone el no poder apenas circular por las calles estrechas del centro de Lucena o por entre las filas formadas por las estanterías repletas de género.
La ilusión de los niños que aún creen en los Reyes y la de los mayores que aún queremos creer en ellos y que ya tuvimos un aperitivo con la lotería (y con la consabida frase de que otro año será), se traduce en un aumento de los gastos, a veces excesivos; también en un cierto sentimiento de solidaridad con los que viven peor que nosotros con lo cual de alguna manera parece que mitigamos nuestra, en cierto modo, mala conciencia por ese consumismo en que nos sumergimos por estas fechas.
Pero a pesar de todo, creo que tenemos derecho a esa cierta dosis de ilusión que nuestros padres nos han ido inculcando como elemento de una tradición vital que con el paso de los años se va convirtiendo en un elemento más del transcurrir de los días, llevándonos de nuevo hacia estos días que, nos guste más o menos, no deja de reflejar de nuevo la ilusión de una infancia ya pasada para nosotros, pero que sigue viva en nuestros hijos.
Para aquellos que tengan a bien leer estas letras, quiero desearos una ilusionante navidad.
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