17 de mayo de 2017

El patio del convento

El olor a azahar que inunda la plaza cubierta levemente por el gris de una nube perdida de primavera parece querer murmurarme algo al oído.
El patio del convento reluce con el verde los naranjos, la albahaca y el romero que forman un cuadro impresionista tras la reja al pie del campanario. Y en el centro una fuente de la que manan cuatro canales hacia las esquinas del jardín.
Una pluma de cigüeña se posa suavemente en la superficie argentina del agua en la que se reflejan los arcos que bordean el patio, acogiendo en su seno los sueños de aquellos que tras las celosías escuchan el murmullo de las rosas que el aire, a ratos, zarandea mientras llega la tarde.
En un rincón umbroso el verdín de la pared pareciera un dosel que cubre el banco de piedra desde donde ahora puedo contemplar como va surgiendo un hilo violeta que se va ensanchando conforme el sol desciende sobre el horizonte.
Y mientras afuera, sobre los tejados, el sonido del aire vespertino nos trae el ruido lejano de las casas abiertas a la plaza, el silencio fluye ahora como los chorros de la fuente que dormita en medio del patio, escondiéndose tras los pilares de piedra, cuando la sombra del ciprés centenario nos marca, cual gnomon, la cercana llegada de la tarde.

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