16 de febrero de 2010

Dichosa lluvia.

Este invierno sin duda la conversación más traida y llevada es la relacionada con la lluvia. Llevamos ya muchos meses que no para, el otoño lluvioso, la navidad no digamos y hasta hoy. Salir al patio del insti para poder ir hasta las aulas portatiles es toda una odisea; trasportar el paraguas, la carpeta, la cartera y demás útiles hace que la salida por esa puerta tan estrecha siempre llena de gente que va y viene nos suponga un esfuerzo adicional que sumar a las idas y venidas del edificio nuevo hasta las "casitas".
Estando en medio de la clase de Ciencias Sociales de 3º de ESO salió el sol, y parece que se nos alegró un poco la cara a todos los que estábamos en el aula, pero ¡ay qué poco duró! enseguida comenzamos a sentir el chubasco que con bastante estruendo caía fuera y que salpicaba los grandes ventanales (desde luego no era la monótona lluvia en los cristales de nuestro adorado Machado).
El tiempo pasaba y cuando ya casi nos habíamos olvidado del agua que caía, sonó el timbre y hubo que salir. Vuelta a la sala de profesores a soltar el libro para coger otro y también a coger el paraguas que todavía goteaba de la última salida que habíamos hecho una hora antes por la puerta estrecha, pero ahora con la sorpresa de que para poder llegar a las casitas había que saltar de ladrillo en ladrillo, a modo de pasaderas, para sortear un gran charco que se había formado a causa de la dichosa lluvia.
Cuado sonó por fin el último timbrazo, allá sobre las tres de la tarde, lo primero que miramos al salir del aula era por supuesto, ver si llovía pues estaba claro que los obstáculos que había que sortear estaban allí esperándonos, pero eso si, ahora lo tomamos con más alegría pues es la hora de irnos a casa.

8 de febrero de 2010

... Y tiramos de la soga de la campana.

Ayer domingo estuvimos de nuevo en la quinta de Navarredonda para disfrutar de la romería de la Virgen de Luna.
Después de casi hora y media de viaje pudimos contemplar desde lo alto del Calatraveño los tonos verdosos que las lluvias persistentes de este invierno han dejado en nuestra tierra. Todo nos parecía otra vez nuevo, aunque no lo fuera: las encinas, las ovejas y los arroyos que nos encontramos por el camino, todo parecía más luminoso que de costumbre gracias a ese verdor que brotaba del suelo.


Pero nuestro objetivo hoy no era admirar nuestro paisaje, ni visitar nuestro pueblo, sino acercarnos al santuario para pasar un buen día con nuestros familiares y con los amigos que nos encontrábamos por sus alrededores. Apenas habia coches, lo que era de agradecer, pues así se podía pasear mejor entre las tascas sin miedo a ser arrollados . Quizá sobraba algo de mercadillo. En la candela se iban asando los choricitos y las morcillas, la panceta y demás viandas que unos y otros llevamos, este año dispersos por eso de ir en autobús.


Pero como la tradición manda que en "la virgen" haya tiros, caballos, visita a la imagen, ofrenda por parte de nuestro hijo del hornazo que sus abuelos le habían comprado ¿y como no? tirar de la soga de la campana, pues allá que fuimos y con Jaime en brazos, tiramos ambos de la soga haciendo sonar la campana una y otra vez hasta que hubo que dejar paso a otro padre con su hijo que reclamaba su parte de toque.


Y así fue pasando un nuevo día de la Virgen, y tras la partida de nuestra Señora escoltada por sus hermanos y otros muchos romeros, llegó la hora de la partida, ya cuando iba cayendo la tarde, camino del pueblo para guardar este pequeño recuerdo junto a los otros que se acumulan en el bolsillo de la memoria desde que éramos chicos.


Cuando el próximo año en los días previos a la romería vuelva a abrir ese bolsillo de recuerdos bajo la cantinela de "a la Virgen de Luna me me voy mañana, a tirar de la soga de la campana", recordare esa historia que en un momento ya un poco lejano de mi infancia nos contaron nuestros padres y que yo cuento ahora a mi hijo, esperando que un año más el tiempo acompañe.




La foto es de Plaza Pública.